El 12 de octubre de 1918, en una sala del Reichtag, los diputados del Partido Socialdemócrata Alemán, debatían acaloradamente. Alemania se había democratizado por "decreto" (realmente por una fria y calculadora maniobra que demostró tener resultado) y el SPD dudaba de entrar al Gobierno del Reich Alemán. En esa discusión, Philipp Scheidemann, se opuso, argumentando que "es de locos entrar en una empresa en bancarrota que estaba a punto de hundirse." Sin embargo, Friedrich Ebert hizo valer su opinión y entraron al Gobierno. 20 días despúes, las masas populares barrieron al Reich alemán e instauraban la República de Weimar. El deseo de los socialdemócratas de intentar, en cierto modo, salvar "lo bueno" del imperio les llevará a la oposición en 1920, y finalmente al gran desastre de 1933. Al final, resulto que Scheidemann tenía razón: Nunca tenían que haber entrado a salvar "una empresa en bancarrota".
Al igual que Scheidemann y Ebert, la izquierda española y la europea, debe hacer una reflexión antes de tomar decisiones en este momento. La crisis económica a la que nos enfrentamos es, sin duda alguna, la más importante desde los años 30. Es importante ver como se repiten los errores de la Humanidad una y otra vez, sin que seamos capaces de corregir nuestros comportamientos. En aquella crisis, la causa fue una excesiva especulación financiera y bursátil, asi como un excesivo endeudamiento de la población estadounidense. Entonces dominaba el mundo la ortodoxia económica liberal, heredada del siglo XIX. Entonces, la administración Hoover reclamaba el libre mercado, ayudaba a los bancos en los problemas, los salarios se congelaban y el poder adquisitivo de las clases medias y populares se estancaba. Y a pesar de ello, dichas medidas sólo sirvieron para que la crisis se convirtiese en depresión económica internacional con tasas de decrecimiento del PIB del -3% al -5%, mientras la deflación hacía que cientos de empresas se hundiesen: el desempleo llegó al 30% en EEUU, al 36% en Alemania y al 20% en el Imperio Británico (GB).
Las soluciones a la Depresión fueron de dos tipos: El New Deal y la adopción del keynesianismo frente al liberalismo ortodoxo por un lado. Y el ascenso de las dictaduras conservadoras y fascistas por otro, con el zénit tras la subida de Hitler al poder por votación democrática, no lo olvidemos. Sólo después de la II Guerra se seguirá el primer camino ampliamente. Antes de ella, la opción preferente fue la "solución de derechas" porque la izquierda europea quedó atolondrada ante la rapidez de los acontecimientos, mientras se peleaba con los comunistas.
La situación actual no se puede asimilar totalmente a la situación de 1929, pero tiene muchos paralelismos importantes: se trata de una crisis sistémica, una crisis no periódica ni ciclica, sino que proviene del mismo funcionamiento, o mejor dicho, de la disfuncionalidad del sistema liberal capitalista. Una crisis derivada de factores como el crédito barato, la especulación financiera, bursátil e inmobiliaria, además de la creación de instrumentos de "magia financiera" insostenibles como se ha demostrado. De nuevo, el libre mercado ha pasado a convertirse en una espiral de avaricia desmedida e inhumana, aceptada como verdad inmutable y que hasta la izquierda europea ha aceptado. Poco a poco, las teorías de Friedman y Hayek, dominantes hasta hace poco tiempo, se han demostrado totalmente falsas: se ha creado más riqueza, pero una riqueza irreal que se volatiliza con las primeras gotas de lluvia. Al final, el todopoderoso libremercado ha tenido que recurrir a medidas antiliberales para poder sobrevivir a la tempestad subprime.
A pesar de todo, creo, que como en 1929, esas medidas que se han tomado son parches para aguantar el "tirón", más que para solucionar el problema. Y el problema es que el modelo thacheriano-friedmaniano ha muerto treinta años después. Y ahora muchos economistas desempolvan los libros de Keynes (incluso los de Marx, agotado en Alemania por primera vez desde 1949) para buscar respuestas a lo que la basura neoliberal no ha podido responder, después de hundir al mundo en el lodo.
Pero conviene que la izquierda realice una profunda reflexión, si está dispuesta a hundirse con un modelo que agoniza en sus errores o por el contrario, se molesta en proponer un nuevo modelo basado en la democracia política y combinado con un sistema económico keynesiano adecuado a las necesidades de la sociedad actual. E incluso, no estaría de más unir lo mejor de ambos sistemas para que, una vez pasada la crisis, la izquierda sea quien consolide un modelo nuevo, más justo, más solidario, más racional y más cercano al que Keynes y otros pensadores, incluso Adam Smith, propugnaban. Que la riqueza surja de las actividades productivas, y no de la especulación, del dinero fácil y del cortoplacismo.
La izquierda tendrá que decidir entre eso, o convertirse en la última valedora de un neoliberalismo muerto, cayendo en la misma trampa que cayeron los socialistas alemanes en 1918. Y acabar ella, pagando los errores de la derecha liberal, de Friedman, de Hayek, de Greenspan, de Bush. Para que después, otra derecha, si acaso más endiablada, se presente como salvadora del mundo, como ya sucedió en 1933. Luego, todos sabemos el resultado de su "salvación". Al final, por salvar una empresa en bancarrota, la bancarrota llegó a la tierra en 1939.
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